8M: Por un cine y audiovisual libre de violencias

Cada nuevo 8 de marzo se nos presenta un desafío para pensarnos como trabajadoras del arte y como partícipes activas de las luchas que el movimiento feminista va impulsando.

Las violencias existen dentro de la industria y la actividad audiovisual aunque a veces quieran hacernos creer que sólo suceden lejos nuestro. Es incómodo y nos duele pero es responsabilidad de todes deshilvanar el entramado que sostiene la reproducción de las violencias machistas.

Hablamos de violencias, en plural, porque además de referirnos a las violencias ejercidas en los ámbitos laborales, las violencias físicas de acoso y abuso sexual y las violencias simbólicas reconocidas en las producciones audiovisuales, estamos hablando también de las violencias que siguen ocultas. Violencias estructurales que todavía no son reconocidas por quienes llevan adelante las políticas públicas cinematográficas ni por quienes históricamente han sido dueños del acceso al fomento y a la exhibición del cine nacional. Peleamos por un cine libre de violencias porque queremos transformar estructuralmente cómo se piensa, cómo se hace, cómo se exhibe, cómo se mira al cine.

Lo que conocemos como cine nacional sigue siendo la expresión de un cine concentrado en manos de varones, blancos y residentes en la capital, resultado de un sistema excluyente y patriarcal. Si existen otras formas, son excepciones y no la regla: hasta ahora no hay lugar para diversidad alguna.

No es extraño entonces que las imágenes que vemos proyectadas en las pantallas sigan respondiendo a la misma lógica hegemónica patriarcal que no nos cansamos de denunciar. Seamos honestas: los cuerpos, los trabajos, las maternidades, los vínculos y  los modos de relacionarnos de las mujeres y las diversidades en el cine no son más que la aparente objetividad que perpetúan estas pocas miradas. El cine argentino no nos está contando. No cuenta nuestros cuerpos, nuestros deseos y mucho menos nuestra fuerza. Cuenta lo que ellos creen que es y lo que desde su lugar de poder instalan como verdad.

En el 2020, las películas dirigidas por mujeres apenas llegaron al 21,50% y no existen datos oficiales discriminados con otras identidades de género. En los últimos 5 años los porcentajes rondan las mismas cifras. Las estadísticas parecen no alcanzar para sustentar lo que decimos. Aún cuando demuestran sostenidamente que las brechas de acceso siguen siendo inequitativas tanto a nivel federal como de género, como así también los puestos de trabajo en los equipos técnicos se sostienen con las mismas lógicas. Las experiencias personales ya dejaron de ser individuales y se volvieron colectivas y políticas. Somos muchas, muches, peleando a lo largo y ancho del país por un cine y un audiovisual que represente a todos los géneros, a todos los territorios, a todas las realidades. Por un cine y audiovisual que cese de reproducir y sostener las violencias machistas.

unnamed

Este 8M los movimientos feministas en la Argentina se encuentran en la esfera pública para exigir una reforma judicial feminista porque las violencias machistas y hasta sus expresiones más cruentas, como los femicidios, se sostienen en las formas patriarcales del Estado. Nos sumamos a este grito que recorre el mundo porque no estamos solas, ni somos locas. Sabemos por lo que luchamos y por eso paramos el mundo, por la emergencia de nuestros reclamos y con la fuerza de las que ya no están. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *