Esta crítica no contiene spoilers
“Annette”, el último delirio de Leos Carax, es uno de los tour de force más deslumbrantes del corriente año. Se trata de un musical (cuya deslumbrante música original está compuesta por los geniales hermanos Spark, que tienen sin lugar a dudas un año soñado con el estreno del documental de Edgar Wright The Spark Brothers) basado en la relación entre una particular pareja, compuesta por Henry McHenry, (nombre cuya redundancia denota lo centrado en sí mismo del personaje), un torturado comediante de stand-up y Ann una elegante soprano famosa, que además marca el primer largometraje del reconocido cineasta en más de 9 años.
El ganador de la Palma de Oro elige estructurar la narración a partir de la oposición entre ambos: se trata de un choque entre el arte elevado y reconocido por la crítica, contra el arte bajo, popular. Estos personajes, que son interpretados, respectivamente, por el sensacional Adam Driver y la magnética Marion Cotillard, componen el núcleo emocional de la película, y es a lo largo del film que veremos como se desenvuelve su dinámica y cómo se enfrentan a un nuevo y aterrador desafío para ambos.
La forma de poner en escena de Carax es fundamentalmente operática y grandilocuente: grandes planos-secuencia acompañados por la rimbombante banda sonora le dan una sensación de gran escala a lo que vemos en pantalla, como si de una épica (o, tal vez, de una tragedia) se tratase. Es acertado decir que exone, además, una autorreflexión del autor francés en relación a la industria del entretenimiento: con este fin en mente es que, de forma elocuente y, francamente, muy inteligente, Carax decide hacer una película que, constantemente, evidencie el artificio de su propia producción, algo cercano al proceder en las obras de teatro (decorados especialmente falsos, proyecciones de escenarios sobre los cuales se desplazan los personajes y la misma implementación sistemática del género musical para narrar su historia, son solo algunos en una larga serie de ejemplos). Cabe destacar que su autoconsciencia y perspicacia a la hora de llevar a cabo esta meta-narración son ciertamente admirables, puesto que funcionan no como distracciones, sino como partes indisociables de la identidad del film.
En conclusión, podemos decir que Annette se trata de una propuesta decididamente radical, en la que el críticamente alabado Leos Carax opta por desarrollar una narración anclada a una fuerte sensación de artificialidad, trascendencia épica y autorreflexión. Podemos, asegurar que, mínimamente, es una cinta que genera discusión y pensamiento sobre el cómo se representa (y como se debería hacer), tanto arriba del escenario, como las vidas privadas de los integrantes del show business, aún en los momentos que operan por fuera de él. Incluso llega a posar la alarmante pregunta: ¿Existe un afuera de la representación?
¿O todos, independientemente de nuestra forma de ganarnos la vida, continuamos día a día con nuestras performances? ¿Es posible salir de este bucle vacío? ¿Acaso hay alguien que esté preparado para conocer esta respuesta?