El origen de ‘Hasta los huesos’, la nueva película de Luca Guadagnino

Las películas profundas y humanísticas de Luca Guadagnino, que parecen capaces de capturar del aire las sensaciones más viscerales e indescriptibles, han recorrido varios temas; sin embargo, puede que haya ganado más cariño por Llámame por mi nombre, un relato de un amor de verano exuberante y soleado.

Hasta los huesos también es un romance inmersivo y juvenil, aunque forjado en un mundo casi opuesto. Es la primera película que Guadagnino hace en los Estados Unidos, una versión del tradicional viaje transformativo en auto. Pero en esta ocasión el país tiene un giro mítico: dos personas condenadas a la otredad, con un futuro incierto, que persiguen el resplandor de un sueño de escape y aceptación.

Guadagnino conoció la historia en un guion adaptado de uno de sus autores preferidos: David Kajganich, quien también escribió la comedia romántica A bigger splash y la reversión del clásico del terror Suspiria, ambas de Guadagnino. El director se sintió atraído por este relato tan distinto, que daba lugar a más de una interpretación. “Los guiones de David se salen tanto de los esquemas y son tan orgánicos con la conducta humana que son un tesoro. Él nunca cuestiona al público. Enseguida sentí que ese mundo me absorbía, sin darme cuenta”, dice Guadagnino.

Aunque cambiado, el mundo se inspiró en la novela homónima de Camille DeAngelis de 2015 para jóvenes adultos, que tomó el concepto de una adolescente nacida con una necesidad genética de consumir a otros humanos y lo usó para alterar por completo una historia de paso a la adultez.

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Kajganich dice: “Viví mi adolescencia en los 80 en un entorno rural del Medio Oeste sin salir del clóset; cuando leí la novela de Camille por primera vez, me conmovió de forma inesperada y contenedora. Es muchísima la gente que sabe lo que es ser ‘la otredad’ ante los ojos de los demás, y la adolescencia es un momento muy cargado de otredad. Para mí, el libro fue muy noble al intentar articular una parte de esa experiencia, pero desde un vector totalmente novedoso”.

Kajganich apuntó a cómo Maren lucha con las ansiedades tan reconocibles para cualquier chica que halla su poder: las incertidumbres del amor y la moral, los misterios y el peso del cuerpo, el encanto y el costo de la rebelión, y las dificultados no solo de forjar un sentido de identidad sino también del coraje de hacernos cargo de quiénes somos, con todas nuestras complejidades. Pero, en el caso de Maren, todo esto se vincula con un problema ingente: si alguna vez podrá acercarse a alguien y desafiar sus instintos inquietantes de devorar a sus seres queridos hasta los huesos.

Kajganich cuenta que, cuando lo escribió, dedicó tiempo a “leer sobre cómo las jóvenes perciben una desunión con su cuerpo, ya sea mediante un trastorno alimentario, modificaciones del cuerpo, etc. Hablé con muchas amigas sobre su adolescencia… pero también pasé mucho tiempo reflexionando con amistades sobre cómo sentimos nuestro primer amor. Y, como muchas reflexiones que dieron forma al guion provinieron de amistades (a quienes es un honor y un deber no juzgar), eso me ayudó a encarar a Maren como a una amiga. Me sentí muy cerca del personaje mientras escribía el guion; espero haberlo hecho tan bien como para que las jóvenes que vean la película sientan reflejadas en ella partes esenciales de sí mismas”.

Para Guadagnino, lo más inspirador no fueron los intensos antojos, sino los personajes ilustrados por Kajganich: almas vagabundas, errantes y solitarias con vidas invisibles y aisladas. Lo detectó en la amplia exploración de la diferencia, la soledad, lo que no se ve de los Estados Unidos, pero en particular de lo que nos vincula a los seres humanos cuando tantas cosas amenazan con dividirnos.

“Me cautivan quienes no están en el centro de las cosas, quizás a voluntad. Para mí, Hasta los huesos es una historia de dos personas que deben vivir a los márgenes del mundo social”, dice Guadagnino. “Nunca me pareció que fuera de miedo. Quería que la gente quisiera a los personajes, que se compadeciera de ellos, que los apoyara, que no los juzgara. Quería que vieran en Maren y Lee un reflejo cinematográfico de todas las posibilidades que nos forjan como personas”.

Kajganich no se sorprendió al enterarse de que Guadagnino coincidía tanto con los temas de su guion, y ansiaba ver qué rumbos tomaba en la pantalla. “Me pareció que las actitudes inquebrantables de Luca ante el deseo y la identidad podrían envalentonar la historia, y fue así por completo”, dice el escritor. “Sabía que no rehuiría de la insistencia del guion por alentar al público a entablar una relación con Maren y Lee en un contexto difícil y hasta espantoso, para luego acercarse cada vez más a ellos en el campo inesperado de una historia de amor entre jóvenes. Luca no le tiene miedo a nada en el papel, salvo quizás a las falsedades”.

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El canibalismo inmiscuido no le pareció provocativo a Guadagnino, sino más bien una ambientación. Destaca que comer carne y beber sangre es una metáfora religiosa y literaria desde hace mucho. Pero decidió abordar el apetito inquietante de los personajes como un mero hecho de sus vidas, un requisito tan real y apremiante como dormir. Sobre todo, es una afección que provoca miedo, vergüenza, obsesión y prejuicio, que los convierte en parias y los obliga a enfrentarse de forma constante y palpable al costado primitivo de la esencia humana: el daño que somos capaces de infligir. Guadagnino enfatiza que, cuando se alimentan, es “difícil y triste para ellos”, necesario y saciante, pero que siempre los lleva a arrepentirse.

Eso no hace más que añadir realismo. “Es una historia de personas sujetas a cierta afección que no pueden controlar, y eso puede ser indicio de muchas otras afecciones”, reflexiona Guadagnino. “Pero, desde el principio, yo solo creí que estas personas existen. Y quería que el público también creyera que existen, sin traer ningún elemento de lo fantástico”.

Justo así es cómo Kajganich deseaba que la historia se llevara al cine: no como un cuento de hadas difuso, sino como nuestro mundo cotidiano inconfundible. “El cine es un lenguaje para la empatía, así que yo siempre apuesto a la inteligencia emocional del público. Y, si bien no pienso que es una película de terror en sí, si no mostráramos con sinceridad visual esa base sobre la cual alguien podría ‘enajenarse’ de los personajes al principio, el público no tendría semejante curva de empatía”, dice en referencia a cuando comen. “Quería que el público tuviera la oportunidad de sentir auténtica repulsión junto con el cariño auténtico que, ojalá, desarrolle por los personajes”.

A Guadagnino siempre lo atrajeron los personajes femeninos fuertes; así, se propuso desembalar la gran complejidad de cómo Maren encara ese destino no querido, aunque aún no sea adulta. Ella nunca acepta sus impulsos sin más, sino que forcejea a cada instante con el dilema ético de no poder escapar de esa vida sin dañar a otras personas. Él se interesó en el hecho de que ella no solo intenta asimilar quién es, sino que va un poco más allá: presiona los límites de quién podría ser en una realidad que la quiere restringir, amputarle las elecciones, que la pone en riesgo.

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“Para mí, Maren siempre fue errante, una buscadora en la gran tradición literaria de los Estados Unidos”, explica el director. “Tiene la cualidad icónica de alguien que se convierte en agente de descubrimiento, aunque con la particularidad de ser una chica joven aislada, una paria en los 80”.

El elemento errante de la historia también era esencial para Kajganich. “El camino puede ser un catalizador, acelerador del crecimiento, y por eso es mítico. Las estructuras ocultas de nuestra identidad se hacen más visibles en un viaje, cuando los puntos de referencia cambian minuto a minuto”.

Al mismo tiempo, el proyecto le regaló a Guadagnino la oportunidad de reunirse con Chalamet. No tenía dudas de que este tenía la capacidad de canalizar la mezcla de inocencia y turbulencia de Lee, y a la vez dar la sensación de que el relato pertenece a nuestra época. “Tuvimos una experiencia hermosa con Llámame por mi nombre; desde entonces, he visto prosperar la carrera de Timothée en el cine, y a su carácter”, dice. “Enseguida dije: haré esta película siempre y cuando esté Timothée. Le encantó el guion, así que empezamos a trabajarlo junto con David para hacer relucir ciertos elementos aún más”.

También estaba eufórico con la idea de filmar como foráneo en algunas partes de los Estados Unidos que no conocía y de recrear la década de los 80 en el país. “Fue una década de grandes contradicciones”, destaca, “algunas partes de la economía prosperaban y otras se empobrecían; el optimismo se había disparado, pero algunas personas quedaban fuera de la ecuación. Sentí un paralelismo en ese período con las contradicciones de los personajes, su búsqueda de asentarse y también la imposibilidad de hacerlo”.

Algo que Guadagnino se rehusó a hacer es atribuir a Maren y Lee siquiera un atisbo de sátira y sarcasmo. En cada fotograma de la película, trató a los personajes con la mayor ternura: una decisión llamativa. “No hay cinismo en la película”, afirma. “Carece de él por completo. Y eso solo es posible porque Taylor, Timothée y todo el elenco se dedicó a ser muy humano. Para mí, la sátira y el cinismo se pueden convertir con mucha facilidad en un manto que tapa las cosas, y para esta película quería una mirada diferente. Quería ser totalmente fiel a las emociones de Maren y Lee”.

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