Con una carrera que abarca cinco décadas, el director Steven Spielberg ha producido una de las filmografías más queridas, transformadoras y diversas de la historia que abarca de Jaws, a E.T.; de Raiders of the Lost Ark, a Jurassic Park; y de Schindler’s List, a Munich. Sin embargo, en cada una de sus películas, ya sean fantasías extravagantes sobre encuentros cercanos con maravillas espectaculares o reflexiones morales de la historia, Spielberg ha compartido algo sobre sí mismo y su pasado. Poco después de West Side Story, su primer musical, Spielberg vuelve con otro tipo de fábula sobre los niños de los Estados Unidos de mediados del siglo XX que luchan por encontrar su lugar en el mundo; una saga sobre el camino que se recorre hacia la mayoría de edad sacada de su infancia, que cuenta el origen de su vida cinematográfica.
“La mayoría de mis películas han sido una reflexión de aquello que me ha sucedido en mis años de formación”, afirma Spielberg. “En todo lo que hace un cineasta, aunque el guion sea de otra persona, tu vida se va a terminar saliendo en el celuloide, te guste o no. Siempre termina pasando eso. Pero en Los Fabelman no se trataba de la metáfora: se trataba de la memoria”.
Afirma que Los Fabelman es una película en la que estuvo pensando mucho tiempo. Sin embargo, no consideró seriamente ejecutar el proyecto hasta que empezó a desarrollar un profundo vínculo con Tony Kushner, el dramaturgo y guionista cuya propia obra transformadora le ha valido un premio Pulitzer, premios Tony y Emmy, y nominaciones al Óscar®. A lo largo de 16 años de entrevistas intermitentes, intensas conversaciones y sesiones de escritura que Spielberg solo compara medio en broma con sesiones de “terapia”, convirtieron las experiencias determinantes de su infancia en la ficción de Los Fabelman.
“No habría podido ser el coautor de esta película sin alguien a quien realmente admiraba y adoraba y que me conocía tan bien, y a quien yo quería y respetaba tanto, y esa persona resultó ser Tony Kushner”, relata Spielberg. “Lo único que importaba era que pudiera abrirme a alguien, desempacar todas mis maletas delante de alguien y no sentirme nunca avergonzado o incomodo”.
Su colaboración comenzó con una explosión —o mejor dicho, mientras esperaban una. Una noche de otoño de 2005 en Malta, mientras el equipo de Munich trabajaba cuidadosamente para cablear un set con explosivos para que Spielberg pudiera hacerlo explotar, Kushner decidió hacerle la siguiente pregunta: ¿Cuándo decidiste que querías ser director de cine? Su interés iba más allá de pasar el rato. Kushner —quien cita a Close Encounters of the Third Kind como una de sus películas favoritas— llegó a su primera colaboración como una especie de admirador famoso en la alabada y legendaria obra de teatro en dos partes de Kushner titulada Angels in America, que incluye un momento audaz y divertido en el que el personaje principal contempla el descenso de un ángel y bromea con asombro: “Muy Steven Spielberg”.
Kushner no sabía lo personal que era su pregunta ni a dónde les llevaría la respuesta. “Él me contestó: ‘Te voy a contar un secreto’”, expresa Kushner, “y me contó la historia que es la esencia de Los Fabelman”.
La historia que Spielberg contó esa noche en el set de Munich comenzó en 1952, cuando, a los seis años, Spielberg vio la obra The Greatest Show On Earth de Cecile B. DeMille en el Fox Theater de Filadelfia, una experiencia que lo llenó de un asombro que exigía una respuesta, una que inevitablemente lo llevó a hacer sus propias películas. La experiencia culminó en su adolescencia —, en el medio de una pasión cada vez más intensa por el cine— , con otro asombroso encuentro, esta vez con John Ford, el legendario director de Stagecoach, The Searchers y The Man Who Shot Liberty Valance, quien efectivamente da la patada inicial a la carrera de Spielberg con un simple pero profundo consejo y un brillante mandamiento.
Y entre una y otra cosa, Spielberg le contó a Kushner de sus padres: Arnold Spielberg, un pionero en el diseño informático; y Leah Adler, una talentosa música, y de cómo sus valores y personalidades —su papá, el técnico brillante; su mamá, la artista apasionada— conformaron su carácter y su identidad artística. Describió el drama de la migración de su familia hacia el oeste del país durante su adolescencia, de Nueva Jersey a Arizona y a California, y compartió ese secreto, la razón de la bifurcación del matrimonio de sus padres y su eventual divorcio, y cómo el dolor y el aprendizaje que surgieron de esa revelación han influido en su visión de las personas y en su forma de contar historias.
“Algo sucedió cuando era chico, y eso se refleja en nuestra película, donde dejé de percibir a mi madre como tal y empecé a verla como una persona”, dice Spielberg. “Creo que todos los niños en un momento determinado de su vida, tienen esos momentos en los que se dan cuenta de algo: ‘Vaya, mis padres han sido personas todo este tiempo’. Yo tuve esa epifanía cuando tenía 16 años”. La primera reacción de Kushner al testimonio de Spielberg fue: “Esto una locura”. Y su segunda, fue: “‘¡Steven, tienes que hacer una película de eso!’. Su respuesta fue: ‘Bueno, he pensado en ello desde hace tiempo’”.
Este momento de inactividad en la realización de Munich marcó la pauta para el desarrollo de Los Fabelman, que se llevó a cabo durante los descansos entre uno y otro de varios proyectos a lo largo de muchos años. Después de Munich, Spielberg y Kushner iniciaron el proceso de siete años para llevar a la pantalla su segunda colaboración: Lincoln. Pero también llenaron su tiempo libre con más conversaciones sobre los años de formación de Spielberg, ahora con la intención de acumular material para un posible guion. De estas sesiones surgió en realidad un tratamiento para una película diferente, extraída de acontecimientos posteriores a los reflejados en Los Fabelman. Sin embargo, lo dejaron de lado y se centraron en su tercera colaboración oficial: West Side Story. Otro período de inactividad les llevaría de vuelta al trabajo de escudriñar los primeros recuerdos de Spielberg para hacer una película.
Spielberg no suele dedicar largos períodos de ensayo a sus películas, pero durante la preproducción de West Side Story se dio cuenta de que sus actores necesitarían al menos dos meses para aprender las canciones y la coreografía. Asimismo, Kushner y Spielberg se sentían estresados mientras se esforzaban por llegar a un acuerdo y hacer las cosas bien en su versión de un clásico monumental del teatro y el cine estadounidenses. Entonces, mientras los actores afinaban sus voces y pasos, los dos amigos afinaban su relación trabajando en Los Fabelman. “Fue un momento realmente encantador para encontrar calma en la filmación de West Side Story y volver a conectar de una manera importante y más profunda”, señala Kushner.
Cuando concluyó la producción de West Side Story, Spielberg encontró una motivación más profunda y urgente para acelerar el desarrollo de Los Fabelman. Su padre, Arnold Spielberg, murió en agosto de 2020 tras meses de deterioro de su salud. (Su madre, Leah Adler, había fallecido cuatro años antes). Y luego estaba la pandemia. “No creo que en 2020 nadie supiera cómo iba a ser la vida incluso un año después”, expresa Spielberg. “A medida que las cosas empeoraban, sentí que si iba a renunciar a algo, ¿qué era lo que realmente precisaba resolver?”. Reunidos por Zoom, Spielberg compartió más recuerdos y Kushner tomó más notas. “Tony en cierta forma desempeñó la función de un terapeuta y yo fui su paciente”, dice Spielberg. “Hablé durante mucho tiempo, y Tony me alimentó y me ayudó a salir de esto”.
“Me sentí privilegiado de ser su confidente con todo lo que estaba desenterrando”, comenta Kushner. “Steven estaba de auténtico luto, y creo que ésta era una forma de procesar el dolor y la pérdida. Pensé: ‘Aunque no pase nada, esta es una experiencia increíble’”. Pero algo terminó saliendo de ello: un tratamiento de 90 páginas, material suficiente, según Kushner, para seis películas. “Cada vez que le enseñaba una sección, me decía: ‘Oh, no te he contado cómo sucedió esto’, así que añadía más cosas”, relata Kushner. “Eventualmente, le dije: ‘¡No puedes contarme más! ¡Ya no hay espacio!’”.
Tras esbozar el guion en septiembre de 2020, Kushner y Spielberg empezaron a escribir juntos el 2 de octubre con la colaboración de Final Draft, y trabajando cuatro horas al día, tres días a la semana. (Los otros créditos de Spielberg como guionista incluyen Close Encounters of the Third Kind y A.I.: Artificial Intelligence). Al convertir los hechos en fábula, se condensaron las líneas de tiempo, se cambiaron los detalles y se tomaron varias libertades. Spielberg nombró a los personajes que lo representarían a él (Sammy) y a su madre (Mitzi), padre (Burt) y hermanas (Reggie, Natalie, Lisa). Fue Kushner a quien se le ocurrió el apellido Fabelman. Reflexionando sobre la traducción al inglés del término Spielberg (“montaña de juego”) y su propia relación con el material, Kushner se aferró al término teatral fabel, que es un resumen de una obra escrito por un dramaturgo o director que hace hincapié en su interpretación del texto como medio para comprenderlo mejor.
Los Fabelman es indudablemente un retrato de Spielberg, el artista, cuando era joven, y un intento de recordar cuidadosamente a sus padres con gratitud por sus virtudes y perdón por sus debilidades, y la misma gracia humanista que marca a todas sus películas. Sin embargo, aunque cada escena se basa en algún acontecimiento de su infancia, “la película habla por mí y por Tony”, dice Spielberg. Entonces, su historia está impregnada de sus respectivos orígenes e intereses intelectuales y preocupaciones morales compartidas.
La película capta una experiencia concreta y cotidiana de los judío-estadounidenses en las décadas de 1950 y 1960. “Parte de la razón por la que nos unimos de esa forma durante el rodaje de Munich fue que ambos tenemos un amor muy poderoso y profundo por ser judíos y por el judaísmo”, afirma Kushner. “Eso iba a ser parte de la historia —una historia sobre una familia judía. Los Fabelman son quienes son, y lo viven y lo hacen suyo con tanta facilidad y orgullo”.
Los Fabelman también capta un momento específico de la cultura cinematográfica. El arco del personaje de Sammy —que atraviesa una crisis de identidad cuando mira una película casera que lo hace replantearse su idea de sus padres, y sacude su fe en casi todo— está codificado con la historia del propio Hollywood de mediados de siglo, cuando la industria salió de la era de los espectáculos itinerantes del sistema de los estudios y de los programadores de películas de género B para asentarse en la era del Nuevo Hollywood en los años setenta, con películas vanguardistas que eran más crudas, más naturalistas y más sensacionales, y a veces todo eso a la vez. Sin embargo, la relación de Sammy con las cámaras también sirve de advertencia para la cultura de la autodocumentación y las redes sociales. Su afán por la emoción y la catarsis se convierte en una conciencia más compleja de cómo las imágenes pueden entretener e iluminar; exponer y manipular; mitificar y demonizar. El niño que filmaba choques de trenes para divertirse llega a la mayoría de edad aprendiendo que la creación de imágenes también puede destrozar a las personas.
Y al profundizar en lo personal y lo específico, Los Fabelman equivale a una fábula universal sobre la recompensa y el costo de perseguir el sueño americano, y más aún, sobre las personas —familia, amigos, una cultura— que luchan y aprenden a verse mejor y a quererse bien. “No quería que la historia se contara en un espejo de vanidad”, dice Spielberg. “Quería que la historia fuera un espejo comunitario para que la gente pudiera ver a sus propias familias dentro de la historia. Porque esta historia trata de la familia, de los padres, de los hermanos, de la intimidación, de las cosas buenas y malas que pasan cuando creces en una familia que permanece unida, hasta que deja de estarlo; y es una historia sobre el acto del perdón y lo importante que es dicho acto”.
Spielberg y Kushner terminaron su primer borrador de Los Fabelman en diciembre de 2020 y siguieron perfeccionando el guion en 2021 mientras buscaban la opinión de voces confiables como la esposa de Spielberg, Kate Capshaw; el esposo de Kushner, Mark Harris; y el dramaturgo Tom Stoppard. El equipo de Spielberg, liderado por la productora Kristie Macosko Krieger, comenzó inmediatamente a preparar un rodaje de 60 días, y en julio de ese año el director estaba filmando la historia de su vida.
El rodaje vendría acompañado de emociones inesperadas para Spielberg y todos los que lo rodeaban. “Me prometí a mí mismo que seguiría siendo un profesional durante la filmación”, señala Spielberg. “Iba a haber una distancia entre el sujeto y yo. Pero fue difícil hacerlo. La historia no dejaba de llevarme a los recuerdos reales. Recrear cosas que me habían sucedido a mí de verdad, mirar cómo se desenvolvían frente a mí, fue una experiencia perversa y extraña. No se parece a nada que haya vivido antes”.
Su entregado equipo de producción se adaptó rápidamente. “Steven se olvidaba de gritar ‘corte’ porque estaba tan inmerso en la escena que estaba rodando y tenía que tomarse un momento para sí mismo”, dice la productora Kristie Macosko Krieger. “Entonces, todos los que estábamos en el set reservamos espacio para que Steven tuviera sus momentos”.
El primer día de filmación fue en una recreación de la casa de la familia Spielberg en Phoenix, Arizona. “Entré en el set el primer día y de verdad tuve que controlarme”, relata Spielberg. “Caminé solo por las habitaciones y se me hizo un nudo en la garganta mientras lo hacía, y luego salí del set y empecé a prepararme para la primera toma. Los actores entran en escena. Michelle Williams vestía réplicas exactas de la ropa que había usado mi mamá, su ropa favorita. Paul Dano estaba igualito a mi papá. Miré a Paul y a Michelle juntos y hubo un pequeño momento en el que todo pasó en cámara lenta, como un accidente automovilístico. Cuando los miraba juntos no veía a Michelle, ni a Paul. Veía a Leah y a Arnold. Vi a mi madre y a mi padre. Como que me perdí. Y benditos sean, Michelle y Paul se acercaron a mí y me abrazaron. Así que estábamos en un abrazo de tres, y ese fue el comienzo de una hermosa amistad”.
A pesar de lo emotivo que solía ser el rodaje, terminar la filmación resultaría más difícil que empezarla. “Esta es la película más difícil de la que he tenido que despedirme”, afirma Spielberg. “Yo creía que había sido West Side Story. Pensé que había sido E.T.. Pero esto fue difícil. No puedo ni imaginarme pasar por mi carrera sin haber contado esta historia. Para mí esta película fue como una máquina del tiempo, y que esa máquina del tiempo se apagara de repente, y que ahora todos los recuerdos estuvieran encerrados en su sitio y que tengan un orden, que se vayan a editar juntos y que hasta ahí llegaría todo… bueno, como dijo Thomas Wolfe, y tiene razón, ‘No se puede volver a casa’. Y al final del rodaje de Los Fabelman me di cuenta de que nunca podría volver a casa. Pero al menos puedo compartir esto”.
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