Por Santiago Bárcena
Matar a la Bestia, la nueva película de la realizadora argentina Agustina San Martín, se trata de un relato atravesado por el despertar sexual de su protagonista femenina, Emilia, quien, al llegar a Misiones en búsqueda de su problemático hermano, se ve enfrentada no sólo a una serie de actos represivos (tanto implícitos como explícitos), mientras emprende la búsqueda por su propia identidad.
El film es, visual y sonoramente, un verdadero deleite perceptivo: cada plano es un cuadro para colgar en un living. Sin embargo, en cuanto a la misma narración del relato, hay más de un elemento que pareciera quedar en la nada: es cierto que se trata de una película de atmósfera, de sensación, pero el hecho de ahondar por demás en esto hace que la película termine sufriendo por, en ciertos puntos, forzar su progresión dramática para avanzar la trama de forma no tan orgánica. Hay una gran apuesta audiovisual: se busca que la historia la cuenten tanto las acciones de los personajes como la cámara, que vaga libremente por la jungla y el pueblo. Sin embargo, si bien este tipo de propuestas son siempre bienvenidas, la historia se pierde en reiteradas ocasiones en pos de generar un clima particular de misterio, suspenso y (en algunos escenarios) terror, todo ligado a este mismo despertar que experimenta el personaje.
En resumen, Matar a la Bestia constituye una película argentina sumamente especial en su propuesta (motivo más que suficiente para apoyarla en cines), aunque también es cierto que, al final del día, si narración es lejos de ser la más fluida, sacrificando una estructura clásica para obtener un clima de incertidumbre muy palpable pero que, por sí solo, no llega a ningún puerto.