Crítica por Santiago Bárcena
Memoria, la nueva obra del reconocido cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul, protagonizada por la camaleónica Tilda Swinton, narra la historia de una escocesa en Colombia visitando a su hermana, y que debe descubrir el origen de una percepción sensorial extraña que la persigue.
No es sorpresa para quien conoce la filmografía del autor el ritmo particularmente reflexivo que lleva adelante la película: planos larguísimos, diálogo críptico y una sensación palpable de misterio y ambigüedad atraviesan la narración, así como secuencias excelentemente compuestas y un ojo único para el desplazamiento de los elementos por el cuadro.
Es una película que constantemente se sienta a respirar, y que también, de forma sumamente inteligente, se vale de la misma tendencia de la audiencia a bajar la guardia durante ciertas escenas de gran extensión para volver a introducir el principal conflicto, y es este acercamiento símil-documental en relación a una puesta de planos largos con cámara fija mientras lo que se ve en pantalla corresponde a situaciones de carácter extraordinario (ya sea representado de manera explícita, o siendo hilado a través de diálogos plurivalentes), lo que logra transmitir una sensación exclusiva a su cine, sumiendo a los espectadores en una suerte de trance, hipnotizados por un ritmo armonioso y deliberadamente lento.
Es cierto que dependiendo del tipo de espectador, este trance puede resultar en una gran involucración con la narrativa o, todo lo contrario, derivar en una incitación somnolienta. Sin embargo, el estilo del director y su apuesta cinematográfica destaca particularmente entre el resto de autores contemporáneos, lo cual no deja de ser ampliamente destacable.