“El cine y mi padre eran la misma cosa. Por eso me meti en el cine. Para encontrar un padre.”
Nunca creí que un documental podría hacerme llorar hasta que encontré este maravilloso subgénero de documental familiar- autobiográfico- introspectivo.
Y me tocan un punto muy débil, particularmente, los documentales que dentro de ese subgénero usan una casa como protagonista. Una casa que más que un lugar es un espacio en el tiempo. El problema es el tiempo, y es el tiempo en donde se despliega, donde se destruye y reconstruye esa casa. Una casa que parece decir: las casas solo son casas si hay fantasmas que la habiten. Imágenes de habitaciones vacías, que casi nunca se corresponden con un corte directo a una grabación en VHS de un niño feliz corriendo a los brazos de sus xadres, o de una madre poniendo la mesa para sus invitados- pero son tanto más fuertes, en la medida que no se explicitan. Los recuerdos no viven en esas habitaciones- son parte de ellas, tanto como el mármol y el granito y los azulejos. En esa casa no hay vacío que no este concurrido y silencio que no esté lleno de voces. Los ladrillos desnudos, el escombro, la escalera de mármol desarmada; son y no son la casa de la infancia. En los retratos que cuelgan en las paredes, esos ojos maquillados de distintas maneras son y no son los de su madre. La infancia aparece como doble permanente de cada pisada en esos cuartos, en esos jardines. La percepcion y el recuerdo se persiguen, se mezclan, se tropiezan. No se trata de flashbacks: la memoria es una fuerza reprimida que nunca desaparece, presiona para ocultarse y al mismo tiempo para hacerse paso.
Las ventanas, las camas, los muebles, las mesas, las fotografías son y no son permanentes. Son y no son fragmentos de vidas y de películas que quedan inmortalizados. Y de fondo una voz, que dice todo pero no llega a decir: también mueren los lugares en los que fuimos felices.
Y no queda más que preguntarse: si mueren los lugares, ¿a dónde se van los fantasmas?
Pareciera como si la casa tuviera que venirse abajo, para realmente poder recorrerla. Y quien sabe que podemos encontrar, en los pasillos donde vivió le niñe que fuimos. Quien sabe que podemos encontrar, cuando recorremos un pasillo sabiendo que el pasado es lo que queda, no lo que se va.