La sociedad surcoreana contemporánea presenta todas las complejidades de una sociedad en transición. Las viejas costumbres conviven con nuevas ideas, y un creciente desarrollo capitalista sumamente americanizado y acelerado convive con un sistema de creencias oriental. El objetivo de este artículo es utilizar la película Parasite, de Bong-Joon Ho, como punto de partida para una reflexión sobre la configuración de los roles de género en dicha sociedad, y la manera en que las voces de la tradición y la cultura de consumo convencen, como han convencido a tantas otras a lo largo de la historia y el mundo, a ciertas mujeres de Corea del Sur (especialmente aquellas pertenecientes a estratos socioeconómicos más elevados), que su prioridad en la vida debe ser realizarse como esposas y madres, y que “no pueden aspirar a un destino más elevado que la gloria de su propia feminidad.” (Friedan, p.52, 2009).
En la secuencia en la que el joven Ki-Woo visita por primera vez la casa de sus empleadores, una de las primeras cosas que nos llaman la atención es la pared cubierta de retratos que enmarcan fotografías e hitos familiares. En el lugar de mayor protagonismo, hay un retrato familiar claramente, en el cual vemos a la Sra. Park sentada en un sillón, a la hija (Da-hye) y al hijo (Da-song) parades a su lado, y finalmente, al señor Park. El padre, parado detrás del resto de la familia y superandolos a todos en altura, se nos presenta como una figura de autoridad. Alrededor de este retrato vemos un par de obras de arte realizadas por el hijo menor, portadas de revistas en las que se ve al Sr. Park triunfando en los Estados Unidos, y placas de premios que ha recibido. Se ve también una fotografía del casamiento del Sr. y la Sra. Park (el de traje, ella de blanco), lo cual nos indica que se trata de una familia con valores tradicionales y más bien conservadores. No hay ningún cuadro que indique algún logro profesional o académico de ella.
Sin embargo, de acuerdo con Minja Kim Choe en su paper Modernization, Gender Roles and Marriage Behaviour in South Korea, hay una creciente igualdad en el porcentaje de hombres y mujeres que acceden a la educación superior, y en los últimos años incluso se registraron universidades en las que el número de mujeres graduadas por año superaba al número de hombres. Es posible que la Sra. Park haya ido a la universidad, obtenido un título, y tal vez incluso sostenido un trabajo por un tiempo, pero haya elegido dejarlo al casarse o al haber tenido a su primera hija. Minja Kim Choe señala la marcada diferencia entre el número de mujeres surcoreanas que llegan a completar sus estudios universitarios y las que logran mantener la inserción en el mundo laboral pasados los 35 años. La autora relaciona este hecho demográfico con la condena social ligada a las licencias por maternidad. A pesar de haber un marco legal vigente y un consenso generalizado dentro de las empresas privadas que establecen la duración mínima de 90 días de las mismas, 7 de cada 10 mujeres confiesan haberse sentido fuera de lugar al regresar al trabajo; al encontrarse con que gran parte de sus responsabilidades han sido delegadas. De esta manera, se instala un cierto sentido común que indica a la mujeres que es mejor y más respetuoso para con sus colegas y empleadores dejar definitivamente su empleo, en lugar de hacer valer su derecho a 90 días de licencia por maternidad sin repercusiones (Choe, p.303, 2006).
Cuando finalmente se sienta a conversar con Ki-Woo, vemos a la Sra. Park vestida con un traje blanco, maquillada pero no demasiado, con el pelo perfectamente peinado, y todo eso para no hacer nada más que pasar el día en su casa. Hasta el perro que sostiene sobre su regazo es de un blanco inmaculado. Toda ella parece transmitir corrección y prolijidad; y una exigencia internalizada de verse lo mejor posible, en todo momento y en todo lugar.
Por otro lado, su insistencia en presenciar la tutoría es sólo una de las muchas muestras que dará de una preocupación excesiva por sus hijes (más adelante, casi le agarra un ataque de nervios cuando Jessica no la deja estar presente en su primera clase con Da-Song). Es entendible si tenemos en cuenta que no tiene nada más de lo que ocuparse: no tiene una profesión ni un empleo propios, su marido es el sostén económico de la familia, el ama de casa es quien cocina y realiza las tareas domésticas. Pareciera que sólo sale de casa para realizar la compra del supermercado, en la que también es asistida por el chofer.
Esta internalización de los mandatos por motivos de género también se ve claramente en el Sr. Park. Hay una determinada escena en la cual se queja con el Sr. Kim de lo mala que es su mujer para los quehaceres domésticos. El Sr. Kim sonríe, y dice a que aún asi debe amarla… a lo que el Sr. Park responde con una risa extraña y el comentario “Seguro. Llamémoslo amor”. Esto nos indica que ese matrimonio aparentemente feliz y perfecto está más motivado por el peso de la tradición en una sociedad heteronormada y patriarcal que por un cariño y deseo mutuo.
En la escena siguiente a la secuencia de la falsa tuberculosis y el consecuente despido de la ama de llaves, la Sra. Park se encierra en el sauna con el Sr. Kim, y le pide por favor que no le cuente nada a su marido…y su elección de palabras, es, al menos, llamativa: “si se entera que traje a una paciente de tuberculosis a casa, me colgaría y descuartizaría”. En ese momento parecería que responde ante él como a un padre, más que como a un marido. Se lo pido avergonzada, como una niña que sacó una mala nota en un examen o rompió sin querer una reliquia familiar, y no quiere que sus padres se enteren.
Estas jerarquías sociales e intrafamiliares profundamente arraigadas son el legado de la hibridación entre el milenario sistema filosófico del Confucianismo coreano y la hiper masculinización del Estado en el marco de un desarrollo capitalista acelerado. “El autoritarismo en los estados desarrollistas del Sudeste Asiático es profundamente sexista. Producto híbrido del capitalismo occidental machista y la estructura de gobierno patriarcal del Confucianismo, el autoritarismo que surge en estas regiones toma la forma de un desarrollismo hipermasculinizado, que asume todos los derechos y privilegios del clásico patriarcado confucianista, mientras asigna a la sociedad las características de la clásica feminidad confucianista: diligencia, disciplina y deferencia.” (Hang- Ling, p.1, 1998). Salvando las distancias de nacionalidad, citaremos también a Betty Friedan, autora que retomaremos más adelante: “El comfortable campo de concentración en el que se han metido las mujeres (estadounidenses), o en el que otros las han hecho meterse, es un marco de referencia que niega la identidad humana adulta de la mujer. Al adaptarse a él, una mujer mutila su inteligencia para convertirse en un ser infantil, se aparta de la identidad individual para convertirse en un robot biológico anónimo dentro de una dócil masa.” (Friedan, p.71, 2009).
A lo largo de toda la película, se refuerzan una y otra vez estos roles: el marido como proveedor, como el líder a quien deben responder todes les miembros de la familia; la mujer como una figura ante todo servicial y aniñada, encargada de la casa y les niñes. Y encargada, también de verse siempre perfecta y bonita.
No hace falta ser muy suspicaz para darse cuenta de lo milimétricamente delimitados que están los territorios de la mujer y el hombre en esa dinámica familiar, o para notar todos los síntomas que exhibe la Sra. Park de una profunda inestabilidad emocional. Parece estar constantemente al borde de un ataque de nervios, sufre repentinos ataques de llanto, y son bastantes los momentos en los que parece ligeramente sedada (o da entender que desearía estarlo).
Cuando el ama de llaves va a buscarla al jardín para informarle de la llegada del nuevo tutor, la encuentra dormida (prácticamente desmayada) sobre una mesa, y debe aplaudirle con fuerza en la cara para despertarla. Este detalle podría parecer insignificante, pero, en línea con el párrafo anterior, es el disparador de muchísimas preguntas: ¿Por qué se habrá quedado profundamente dormida, a mitad de la tarde, sobre la mesa del jardín? No podemos decir que esté cansada por su trabajo, o que esté atestada de responsabilidades y obligaciones. Entonces, si descartamos la posibilidad de que esté cansada por las actividades que realiza, nos quedan dos opciones: no está pudiendo dormir por las noches, o hay otra cosa que le está causando somnolencia. Si es otra cosa, entonces, ¿qué es? ¿aburrimiento, o alguna sustancia? ¿alcohol o antidepresivos de venta libre? Si sufre de insomnio, ¿qué es lo que la mantiene despierta?
Tampoco es la única vez que la vemos dormida en momentos extraños: una tarde, mientras Da- Song y Da-Hye siguen en clase con sus tutores, se queda completamente dormida en el sillón, hasta que la despierta la llegada de su marido (y lo primero que hace, por supuesto, es preguntarle si ya comió).
La sospecha de que la Sra. Park podría estar automedicandose sólo se hace más fuerte en la escena en la que, en el medio de un acto sexual con su marido, empieza a pedirle, a los gritos, que le compre drogas.
Por lejano que suene, la respuesta a todas las preguntas que nos plantea la evidente infelicidad de la Sra. Park la encontramos en la estadounidense Betty Friedan, y en aquello que ella llamó, en 1963, “el malestar sin nombre de las amas de casa” (Friedan, p.51 2009). En su libro “La mística de la feminidad”, Friedan describe a toda una generación de mujeres convencidas por la industria, los medios y todo el conglomerado de la cultura consumista de que el éxito para las mujeres de clase media es ser madres, esposas y amas de casa felices. Toda una generación de mujeres alineadas de su individualidad y de su identidad, y consecuentemente, profundamente deprimidas. “El malestar ha permanecido enterrado, acallado, en las mentes de las mujeres estadounidenses durante muchos años. Era una inquietud extraña, una sensación de insatisfacción (…). Cada mujer de los barrios residenciales luchaba contra él a solas. Cuando hacía las camas, ajustaba las fundas de los muebles, comía sandwiches de crema de aguacate con sus hijos, los conducía grupos de exploradores y exploradoras y se acostaba junto a su marido por las noches, le daba miedo hacer, incluso hacerse a sí misma, la pregunta nunca pronunciada: ¿es esto todo?’”
La correspondencia entre el texto citado y la película analizada no sólo nos habla de la creciente occidentalización de Corea del Sur, también del hecho de que Betty Friedan elaboró una teoría de carácter mucho más universal y transcendente de lo que podría parecer a simple vista. Es tan aplicable a la mística de una feminidad coreana que perdura hasta hoy como lo fue a la mística de la feminidad estadounidense de los cincuentas y sesentas. Basta con leer el testimonio de una joven ama de casa de Long Island, entrevistada por Betty Friedan, que perfectamente podría haber salido de la boca de la Sra. Park, si tuviera las herramientas para verbalizarlo:
“Tengo la sensación de que no hago más que dormir y no sé por qué estoy tan cansada. Esta casa es bastante más fácil de limpiar que el departamento sin agua caliente en el que vivíamos cuando yo trabajaba. Los niños están en la escuela todo el día. No es por trabajar. Es como si no me sintiera viva.” (Friedan, p.59, 2009).
Bibliografía:
- Choe, Minja Kim, “Modernization, Gender Roles and Marriage Behavior in South Korea”, Transformations in twentieth century Korea, Volumen 7, 2006.
- Friedan, Betty, “La mística de la feminidad”, Madrid, Ediciones Cátedra, 2009
- Han, Jong Woo; Ling, L.HM, “Authoritarianism in the Hypermasculinized State”, International Studies Quarterly, Volumen 42, 1998.