Review de La Sustancia por @javiercarrizo_cine
La Sustancia, el body horror gore que estremeció hasta límites inusitados a los congregados a la última edición del Festival de Cannes, llega a la Argentina y a Latinoamérica el jueves 19 de Septiembre. La presentada en la Competencia Oficial del más destacado certamen de cine mundial, es una peripecia realmente impresionante que no escatima en vísceras y sangre.
En el argumento de La Sustancia, Elisabeth Sparkle (en el regreso de Demi Moore a la gran pantalla), tiene su estrella en el Paseo de la Fama por haber logrado un Oscar, aunque al comenzar el relato eso haya pasado hace tiempo, ya que la avejentada actriz, sólo se conforma con ser la cabeza de un programa de fitness televisivo. A su vez, Harvey (Dennis Quaid), el frívolo y despreciable ejecutivo del canal, desea “sangre” joven para suplir a la cincuentona de Elisabeth. Luego de una violenta colisión automovilística, que se produce porque Sparkle desatiende su mirada al ver que sacan una publicidad vial de la que ella forma parte, la protagonista salva su vida de milagro. Sin embargo de lo que no se salva, es de recibir una extraña llamada, en la que le ofrecen tener una mejor versión de sí misma. Pero como quien enferma de locura, no tiene cura (sin padecerlo realmente), y como todo conflicto dramático; la inserción de la protagonista en el mismo, no tiene vuelta atrás.
Lo que continúa hay que presenciarlo en el cine, porque si hay una película en lo que va del año que merece esa distinción, es la nueva producción de la directora de Revenge (2017). La coproducida por Francia, Estados Unidos, y Reino Unido, no sólo certifica que el posmodernismo llegó hace rato, sino que da severas muestras de que la instancia cinemática nunca se animó a tanto. Las miradas y las comparaciones podrán rozar sus cercanías con Titane (2021), ganadora de la Palma de Oro, pero ni siquiera Julia Ducournau llegó tan lejos.
La severa crítica a una población masculina sedienta de cuerpos perfectos y de alusiones a la belleza corporal, como también a las necesidades que el capitalismo le infiere a una industria televisiva ávida de nuevos recursos que sacien el morbo de las audiencias, encuentran como conclusión a una enferma y decadente sociedad que busca con mayor frecuencia el onanismo como forma de vida. Y es justamente por ello que Coralie Fargeat se excusa en la historia y su manera, para insertar el dispositivo junto a todas sus especialidades cinematográficas, en un vanagloriado circo posmodernista que lleve la crueldad a niveles inalcanzables.
Bajo el manto de una coherencia estilística que combina todos los elementos en un sistema de significación, lo técnico y lo creativo conglomeran en un solvente artilugio de semiotización de objetos que no tienen existencia independientemente de la forma escénica. Por ello y como todo buen guion que condensa el tema del film en la primera imagen o secuencia, la aguja de una jeringa se inserta en la yema de un huevo frito, que tiene el mismo color de “la sustancia”, y que sugiere un bienestar saludable, o una mejor versión de uno mismo, al igual que la trascendente función biológica de aportar nutrientes de la yema.
Al liberar el procedimiento de significación, el amarillo está en el abrigo de Elisabeth, en el dorado de la charnela de sus lentes de sol, en los automóviles, en la señalización vial, y en la línea “doble” continua (haciendo alusión a Sue interpretada por Margaret Qualley), que separa un carril del otro en el medio de una ruta. El concepto connotado se sirve de los signos de la puesta en escena debajo de las espigadas palmeras de Los Ángeles, en un insinuante cometido que recuerda a Mulholland Drive (2001).
Además, la concepción del espacio percibido, busca una reacción desde puntos de vistas situacionales y/o psicológicos, entreverados en un excesivo despliegue de primerísimos primeros planos que alientan el rechazo y la intimidación. Eso que logra el ojo mágico del mirador óptico de la mirilla de una puerta, se apodera de la forma por la cual su directora decide interpelar la psicología del personaje. Los ambientes monocromáticos que exaltan los puntos de fuga no sólo embelesan los sentidos, sino que adhieren a la contraposición por la que se doblega lo que se ve a través de la mirilla portica.
A estas distinciones se le agrega como sugiere Michel Chion, el valor añadido por la música que en este caso los efectos empáticos y anempáticos le aportan a la sonorización del film. Pero sobre todo los primeros, son los que acompañan a la imagen en su aventura de videoclip con cortes repentinos y abruptos que se prefiguran como condescendientes e intensificadores de eso que la escena dictamina.
La producción que merecidamente abraza la cualidad de ser honrada como participante de la sección oficial de Cannes 2024, llega a los cines de todo el país a la brevedad, para que su controvertido lenguaje y transgresora historia, continúe recolectando adeptos y descalificadores que con sus propias subjetividades puedan amar o detestar la experiencia.
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