Review de ‘Una casa con dos perros’ por @javiercarrizo_cine
Incentivado por experiencias familiares propias, que se circunscriben a la misma instancia en que se desarrolla el contexto de su ópera prima, el cine argentino resiste a la extinción de su producción, a partir de la entereza de su director, para sobrellevar la vivencia durante su niñez.
En el film, en plena crisis Argentina del 2001, Manuel y su familia se mudan a la casa de su abuela Tati, mujer extraña que ve cosas que nadie más ve. Allí vive su tío Raúl y un perro que acaba de morir. Sin mayores opciones, aceptan instalarse en el garage de la vivienda, por lo que esa incomodidad, genera un conflicto por los ambientes de la misma. Entre las diferencias por los espacios y la agobiante situación económica que enfrenta a sus padres, Manuel se refugia en su abuela, la figura hogareña más inesperada.
En ese tiempo anómalo en el que se suspenden los objetos, los distintos lugares de la casa, y las nubes de un cielo que contempla la problemática circunstancia, Manuel transcurre el universo de la casa trampa nilssoniana, que en ésta ocasión transmuta en la caída de una clase media que no pareciera tener atisbos de recuperación. Lo que para Torre Nilsson o para Martel, se resignificaba en la decadencia de la burguesía, para Matías Ferreyra determina el detrimento de la clase trabajadora.
A su vez, el ambiente que se recrea por medio de una temporalidad auténtica que no tiene la necesidad de cimentarse desde extensos planos, otorga una precisa idea del detenimiento provisional, y se conforma desde un diseño de la imagen impropio, pero acorde a esa estética reaccionaria en la que el cine se preocupa porque hay algo que no está bien. La iluminación como fiel aliada de la construcción de ese cosmos, plasma esa quietud desde claroscuros que opacan el color, en consonancia con la tensión y el declive, que concluyen en un caos que intenta ser reivindicado.
Por su parte, el autor selecciona a la focalización interna, como perspectiva en la que el narrador se posa para contar la historia desde los ojos de ese personaje, que en este caso es Manuel, el niño en el que Ferreyra se autoreferencia, para desarrollar esa fracción de su pasado.
Con la producción de Gualicho Cine y Vega Cine, la obra inicial del director cordobés fue seleccionada por su guion, para participar en la sección “Guiones Inéditos” del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (2019) y recibió un premio del Polo Audiovisual Córdoba, además de formar parte de la Competencia Argentina de BAFICI 26.